Érase una vez una cápsula del tiempo, una moneda enterrada en la arena de un pantano, y un mensaje en una botella… Así conseguían nuestros padres tenernos engatusados con ideas que provocaban misterio, diversión, nervios y… horas y horas de juegos… A algunos nos siguen fascinando hasta hoy en día (yo misma).
Yo tenía 11 años cuando hice una cápusla del tiempo. El motivo fue porque mis padres me cambiaban de colegio. Con esa edad me parecía “el fin del mundo”… Pensaba que iba a dejar de ser pequeña -me equivocaba, porque sigo siendo pequeña-, y se me ocurrió que para recordar todos los momentos que había vivido con quienes pasarían a ser mis “antiguos amigos y amigas del cole”, debía hacer algo que perdurase para siempre.
Cogí una caja y la llené de pequeños juguetes que eran o habían sido especiales… Llaveros, un juego de magia, muñecos de lego, unas monedas de veinte duros y otras de doscientas pesetas (los ahorros de la época), cromos de Dragón Ball, un zapato de la Barbie, una pequeña muestra de mi colección de bono buses… Así nadie me podría arrebatar mi infancia, ¡ni aún cambiándome de colegio!
Es increíble que esa cajita, que ha vivido ya en varias casas, esté hoy con nosotros. Igual de increible fue la cara de mi sobrina, de 10 años, cuando le enseñé el contenido de la caja, y le expliqué por qué lo había hecho.
Una noche hablando con Dani, me contó que él solía ir a El Embalse de Santillana en Manzanares el Real, al pie de la Pedriza, con su padre para disfrutar de un paseo distinto… Pero ese paseo tenía un fin. Un día, su padre le dijo que iban a enterrar una moneda en la arena, en un lugar fácilmente reconocible y al que siempre pudieran acceder. El objetivo era ver cómo subía y bajaba la marea y si la moneda siempre permanecía allí. Había veces que pensaban que igual alguien había encontrado la moneda y se la había llevado… Pero cuando algún fin de semana bajaba la marea, la moneda volvía a aprecer. Él lo recuerda con nostalgia… y con una sonrisa en los labios cada vez que lo cuenta.
Hace poco leí una noticia de unos pescadores que encontraron un mensaje en una botella de cerveza, escrito hace 101 años… había una postal y unos sellos… ¡Madre mía!
Enlacé otra noticia parecida en la que un hombre había tomado por hobbie escribir mensaje en botellas, y la historia es que de 4.800 que había lanzado al mar, había recibido de vuelta nada más y nada menos que 3.000…
Pienso en mí misma dentro de 10 años: “Diegus, hoy tenemos una misión. ¿Te gustaría enviar un mensaje a alguien a quien no conoces y que puede estar en cualquier parte del mundo?” Y mientras imagino su cara de sorpresa -ya me sale la sonrisilla-…
La infancia es una de esas cosas que está en nuestra mano hacer que para nuestros hijos, sobrinos, amigos… Sea especial e inolvidable. ¿No creéis, lagartijas? Traspasa la frontera del tiempo: la moneda de Dani sigue en el Embalse de Manzanares, y mi cápsula del tiempo está en la estantería, impasible, esperando a que alguien la abra y se sorprenda, todo con un objetivo: despertar ilusión a pequeños, y nostalgia feliz a mayores…
PD. no quiero dejar pasar la oportunidad de compartir un plan B (la cápsula del tiempo hecha en el siglo XXI) merece la pena echar un vistazo a este regalo que en definitiva es más de lo mismo. Para los quieran sorprender a un amigo o a un familiar… Es una buena opción: MyRetrobox
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