Llegó el día. Abrí el whatsapp para decirle a Lucía que a mediados de agosto iríamos a Asturias. Dani -mi marido- sabe lo que ella significa para mí y como este año pasábamos menos días por el Sur me propuso subir a la tierrina para alargar las vacaciones con la mejor de las excusas: un reencuentro más.
Mientras ella me decía que esos días estarían en casa y la sonrisa se marcaba a fuego en mi cara, pronto me asaltó la duda de cómo sería el reencuentro al completo. Es decir, Martín, Diego y Pablo, se iban a conocer por primera vez.
Tengo que reconocer que desde mi punto de vista, le di muchas vueltas a la cabeza sobre si decirle algo o no a Diego sobre Martín, nunca sabes cómo va a reaccionar un niño de cuatro años ante uno de seis con síndrome de espectro autista. Hasta que decidí no decirle nada. Pensé en lo que siempre dice Lucía: normalizar. Y pensado en si fuera otro niño, no hubiera explicado nada, así que me pasé todos días restantes diciéndole a mi hijo Diego: ¡vamos a ir a ver a Pablo y a Martín, los niños de Lucía y Alberto, y os lo vais a pasar fenomenal! Sin más.
Ya habíamos comido cachopo, respirado aire de los Picos de Europa, mojado los pies en el Sella, y nos quedaba la visita a Quintes. Reconozco que estaba algo nerviosa. Cuando llegamos, Zapico y yo nos fundimos en un abrazo de esos que no tienen explicación. Mientras Lucía nos contaba que Martín estaba en el campamento, cogí a Pablo de sus brazos para comérmelo a besos, al tiempo que Diego estaba deseando saltar en la cama elástica. Ya se sabe que cuando hay niños, más de 10 cosas pueden ocurrir a la vez.
Tuve la sensación de estar en una casa especialmente acogedora. Los globos del reciente cumple de Pablo colgaban de la trona, y el pequeño de la casa los señalaba mientras su mami le daba la comida.
Poco a poco fuimos cogiendo el ritmo de la risa, la complicidad, la alegría del reencuentro. Alberto se fue a recoger a Martín del campamento. Y en apenas un rato ya estaban de vuelta.
Me quede impresionada cuando nada más entrar, Lucía nos presentó y Martín nos dio un cariñoso beso y abrazo a cada uno de nosotros. En ese momento, una inyección de energía y alegría me recorrió el cuerpo.
Inevitablemente no quité la vista de encima de mi hijo. Diego miró a Martín unos segundos y rápidamente se pusieron cada cual a su tarea, como si se conocieran, con ese código que solo entienden los niños y que nosotros en algún momento de la vida, también lo entendimos, pero que con el paso de los años se esfuma. Los niños hacen lo que ven a sus papás. Normalizar. Respetar. Devolver besos y abrazos. Jugar de forma tranquila, bueno a Pableras le estropearon la siesta estos dos gandules.
Para mi fue una sensación especial ver juntos a los tres canijos.
¿Quién nos lo hubiera dicho hace casi una década, Lucía?
Antes de marchar, fuimos al limonero, y nos trajimos uno bien hermoso de vuelta a Madrid. Por supuesto, no olvidaremos que en Quintes hay una familia digna de ejemplo para muchos. Gracias por abrirnos vuestra casina y por dejarme contar el primer día de los tres canijos juntos.
1 Comentario
Maria
Que bonito Mery!!!!Y que bien que os juntarais y disfrutarais de la familia!!
14 sep 2017 11:09 am (@Twitter)
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