Mi vida ha sido un constante cambio. Estudiar fuera, luego Madrid, vuelta a Asturias… Y, a lo largo de estas etapas, vas agregando gente a tu agenda y otra se va cayendo. Sin más, muchas veces sin ningún motivo. La vida cambia, las prioridades, los intereses, cosas que haces mal y al otro no le gustan…
Cuando fue el diagnóstico de Martín, ya os conté que caí en picado. Una tristeza increíble se apoderó de mi día a día y eché de menos a gente. Es algo que, hasta ahora, no he contado, pero así fue. Eché de menos un abrazo, un mensaje, un “estoy contigo”. Y provocaba en mi un sentimiento de rabia, no lo voy a negar.
A medida que fui saliendo de ese pozo, me di cuenta de que no todo podía cargarlo en las espaldas del de en frente. Que si estaba esperando su llamada tenía que haberme adelantado y hacerla yo. Que sí, que la vida me había dado un palo, pero que el resto también estaba intentando vivir la suya. Intenté empalizar y comprender y la rabia se fue convirtiendo en un “te echo de menos”.
Uno de los propósitos personales es llamar y decírselo, pero me cuesta. Esta vez no por rabia, si no por vergüenza. Prometo vencerla porque, de verdad, “os echo de menos”.
Por supuesto ha habido “incondicionales” y tengo una suerte enorme de poder contar con los amigos que tengo. Son personas increíbles que me quieren a mi y a “mis satélites” con locura, lo sé. Incluso aguantan mi mala leche Os quiero.
Déjanos un comentario