Una de las cosas que más me ha gustado siempre de vivir en Asturias es la cercanía con el mundo rural. Conocer por experiencia propia. Cuando aún era una enana mi abuelo me llevaba a ver cómo se cataba (ordeñaba) una vaca, cómo nacía un xatu (ternero), de qué plantas salían las avellanas o a recoger manzanas directamente del árbol…
En esa época protestaba porque era un rollo. Pero ahora sé para qué me ha servido. Son cosas que no olvidas jamás, se te quedan grabadas a fuego en la memoria porque las experimentas, las vives. Y, por supuesto, si algo me ha enseñado es a valorar el durísimo trabajo del campo, agrícola o ganadero.
Por eso me ha apasionado la idea que ha tenido Kellogg’s de plantar un arrozal en medio de Madrid. Así, tan panchos. ¿La razón? Que los peques conociesen cómo, de dónde y de qué forma nacen los cereales Choco Krispies. Es sólo pronunciar su nombre y se me hace la boca agua. He de deciros que a mis 31 añazos soy fan incondicional de estos cereales.
Kellogg’s fue capaz de desplazar a la Plaza de Colón un auténtico arrozal de las zonas cercanas a la desembocadura del Ebro. Aquí es donde los niños pudieron conocer las 3 etapas del cultivo del arroz: la inundación de campos, la plantación de las semillas y, finalmente, la cosecha.
Allí conocimos a Manolo. Uno de los agricultores que cada año se dedica a que el arroz crezca sano.
Este año Manolo estará muy ocupado y seguro que tendrá que firmar más de un autógrafo en su pueblo porque es el protagonista de una campaña que Kellogg’s ha iniciado en televisión.
Soy una sensible sin causa y me ha encantado la idea que han tenido. Manuel Gilabert, Manolo para sus amigos, cuenta su historia: cómo su familia lleva dedicándose al cultivo del arroz desde hace 4 generaciones.
Me temo que es uno de esos anuncios en los que una servidora se emociona.
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